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128 SEGURITECNIA Febrero 2014 Opinión Una partida Ahora, en mi incipiente vejez, dejo la pre- sidencia de AES que con orgullo he osten- tado durante más de veinte años y, una vez más, retorno a mi playa... Dormita si- lenciosa, ausente de olas y viento como antaño, nada queda de la perdida juven- tud, han concluido los proyectos, finali- zado los escritos sobre la fina arena; la te- nue brisa hermanada al tiempo ha bo- rrado las inscripciones, nadie sabrá de mis pasados sueños... En estas y otras cuitas me hallaba, mientras caminaba enfras- cado por el paseo marítimo, cuando, so- bre un jardín distinguí varada una barca de remos como la de mi padre. De pronto, los recuerdos se agolpan, permanezco allí firme, mirándola abstraído en mis evo- caciones confusas de la niñez y una voz viene a sacarme de la ensoñación: –¡Señor, señor! Giro en redondo. Un hombre enjuto, de edad avanzada, cubierto con cha- quetón, en la cabeza gorra con visera de paño azul, al cuello pañuelo de cuadros marrones y negros, sentado sobre un banco del paseo me hace gestos para que me aproxime. Es la viva imagen de mi abuelo. Dice con voz potente y clara: –La barca es mía, la tengo arrumbada aquí, porque no puedo salir a la mar, pero es de mi propiedad. Con que orgullo proclama su perte- nencia. Prosigue su explicación: –Los días que me traen vengo a verla, le hago compañía, ahora casi no puedo ni andar, soy un anciano. Con el dinero que obtuve faenando con ella pude criar a mis hijos, mantener a la familia, pero hoy la senectud me humilla. Ignoro el destino del bote cuando yo desaparezca para siempre. Mirándole recuerdo a mis mayores, con ojos húmedos le digo: –Todos tenemos nuestro tiempo, no perduramos donde no está nuestra vida. Pasa rauda tanto la juventud como la ve- jez. De ningún modo permanecemos en el lugar que no nos corresponde. El viejo lobo de mar sufre lo indeci- ble el día que no está junto a su barca. Cuando acopiamos años, múltiples vi- vencias, te das cuenta de que el bien- estar es una forma de valor, un riesgo en el cual uno se expone a ser dichoso en ciertos momentos o desdichado. Es una etapa tan episódica que hemos de seguir tirando, porque vivir es es- tar asiduamente concibiendo algo, y es que el emprendedor además ha he- cho de su existencia un continuo estar creando. La familia Borredá es digno ejemplo a imitar. Desde que se fundara Seguritecnia por don Ramón, al que conocí perso- nalmente en mi lejana juventud, la to- talidad de la estirpe ha trabajado tenaz- mente durante muchos años, resistiendo con estoicismo los embates económi- cos, tropiezos, errores, mil impedimen- tos, al tiempo que cimentaba el de- seado futuro, engrandeciendo su nom- bre, con eterna ilusión, insistiendo en la siempre inacabada tarea, perpetuada por los sucesores. Sin duda, lo que ha- gamos durante años en la vida hará eco en la eternidad. Como veterano empre- sario del sector de las Seguridades, vaya desde aquí mi agradecimiento a la fami- lia Borredá. En mi nueva circunstancia, intacto el espíritu de lucha, si desfila el tiempo y generosos llegáis a notar mi ausencia en estas páginas, nadie especule sobre mi negativa a redactar unas líneas en la re- vista, referente indiscutible del sector, o que no os estimo. Tan sólo pensad que he partido con mi libertad. S H eme aquí, frente al blanco papel dispuesto a dar sa- tisfacción al bueno de Ja- vier Borredá, presidente de la Edito- rial Borrmart y patrono de la Funda- ción Borredá, quien, conocedor de mi marcha como presidente de AES, me sugiere escriba una líneas a modo de despedida, allá él. Piensa publicarlas, ¿dónde?, pues en ese generoso peda- cito de cariño que han reservado para un servidor de ustedes todos los meses en la revista Seguritecnia , publicación técnica de seguridad. No se abandonan las arraigadas cos- tumbres así como así, como tampoco los puestos dirigentes, de manera que una vez más mi inveterada costumbre de caminar, actividad beneficiosa para el cuerpo y la mente, me condujo a la playa del Cabañal, en una espléndida mañana de enero, soleada, veinte gra- dos, cielo despejado, azul límpido que con tanta maestría supo plasmar Joa- quín Sorolla en sus lienzos. Refieren por estos lares que Blasco Ibáñez en cierta ocasión le dijo al artista: “tu pintas como yo pienso” a lo que Sorolla respondió: “no señor, tu escribes lo que yo pinto”. He nacido y me he criado en una casa cara al mar. Desde muy niño me sentaba en la dorada arena de la playa, colum- brando el horizonte, hablaba sin tapu- jos con las olas, les contaba mis ilusiones, alegrías, desconsuelos, mis ambiciones de progreso, de libertad, para que en sus vaivenes los llevasen a lo más le- jano, donde la mirada se pierde en su in- mensidad al fundirse cielo y agua. Anhe- laba una mejor vida, entregaba el cora- zón a cambio de la pobreza, absorto en ello, trazaba mis pensamientos sobre la arena. Muchas horas he pasado confe- sando a la mar mi vida, la cual, con ape- nas un murmullo, escuchaba paciente como suelen hacer los enamorados. Reflexiones de un expresidente “El genio comienza las grandes obras, pero sólo el trabajo las acaba.” Joseph K. Jerôme Antonio Ávila Chuliá Expresidente de la Asociación Española de Empresas de Seguridad (AES)

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