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7 SEGURITECNIA Marzo 2018 Editorial “Ser lo que soy, no es nada sin la Seguridad” (Shakespeare) L a violencia en el fútbol es una lacra siempre latente que cada cierto tiempo nos recuerda su presencia con algún luctuoso incidente. Los más recientes han sucedido en Bilbao en un breve espacio de tiempo, pri- mero con la muerte de un ertzaina durante una reyerta entre ultras y, solo un mes después, con la agresión a dos vigilantes de seguridad, uno de los cuales estuvo a punto de perder la vida. Eso sin olvidar casos más frecuen- tes de lo deseable como agresiones a vigilantes, peleas entre hinchas o bengalas en el interior de los campos (tam- bién las esperpénticas imágenes de peleas entre padres o las agresiones a árbitros en las competiciones amateur), que pasan prácticamente desapercibidos pero que forman parte de la cara más negativa del llamado “deporte rey”. En definitiva, se ha producido una secuencia de hechos lamentables en los últimos años que forman parte de un problema que requiere aún más atención. A finales de 2014, la muerte del ultra de los Riazor Blues Francisco Ja- vier Romero Taboada parecía marcar un punto de inflexión. Aquel trá- gico suceso desencadenó una condena unánime y motivó el estableci- miento de una serie de medidas encaminadas a atajar el problema de la violencia en el fútbol profesional; entre ellas la obligación de que los clubes cuenten con un director de seguridad o el reforzamiento de la presencia policial en los estadios. Sin embargo, el planteamiento es cla- ramente insuficiente a tenor de los incidentes que siguen enturbiando lo que tendría que ser únicamente un espectáculo deportivo. Mientras los radicales de graderío sigan teniendo acceso a los estadios, en algunos de los cuales incluso cuentan con la connivencia de las directivas de los clubes, esta rémora social no desaparecerá. No cabe más que un repu- dio real y absoluto por parte de los equipos para relegar al ostracismo a estos violentos. Los últimos sucesos reflejan además de qué manera el fútbol profesio- nal es hoy, más que nunca, un deporte globalizado en el que gana el es- pectáculo y el negocio, pero en el que se resiente la seguridad. Por tanto, es necesario que también desde una perspectiva internacional se adopten acuerdos para conseguir evitar que los violentos se desplacen de un país a otro en las competiciones deportivas continentales o intercontinentales con el único objetivo de sembrar la destrucción a su paso. La complejidad legal para poner coto a los fanáticos es proba- blemente enorme, pero es claramente necesario para evitar escenas como las ocurridas recientemente en Bilbao y en otras partes del mundo cada vez que hay partidos entre equipos de diferentes nacionalidades. La seguridad privada se ha convertido en los últimos años en un aliado necesario para mantener la seguridad de los estadios. La propia Ley de Seguridad Privada refleja esta realidad al incluir los “eventos” –es decir, también los deportivos– entre los posibles sujetos obligados a adoptar medidas de seguridad. No cabe duda de que los campos de fútbol profesional se enmarcan entre las instalaciones que requieren de un refuerzo de protección y el nuevo Reglamento de Seguridad Privada debería contribuir a conceder a los profesionales de este sector las fun- ciones y protección necesarias para desempeñar su labor. Igualmente, debería plantearse la necesidad de catalo- gar los estadios de manera similar a las infraestructuras estratégicas (evidentemente no por su importancia para el funcionamiento de la sociedad) en cuanto que reúnen grandes concentraciones de personas y están bajo el per- manente foco del terrorismo yihadista. S Violencia en el fútbol Mientras los radicales de graderío sigan teniendo acceso a los estadios, en algunos de los cuales incluso cuentan con la connivencia los clubes, esta rémora social no desaparecerá

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