Seguritecnia 338

área profesional / GUARDERÍO SEGURITECNIA Febrero 2008 304 ARTÍCULO TÉCNICO No se puede negar que un estereotipo tiene un profundo origen anclado en una indiscutible realidad, que tal vez por reiterada, parece dejar de ser par- ticular y, por tanto, alejada del término medio. Así, la imagen de Azarías y de Paco, los santos inocentes que trascen- diendo la novela que les dio vida han servido para estigmatizar, ya no a la so- ciedad de su época, sino a buena parte de un colectivo profesional que ha sido erróneamente ident i f icado con estos avatares. Efectivamente, el desmoronamiento del mundo rural a favor del urbano mo- dif icó en mucho –como no podía ser de otra manera- su sistema de seguri- dad, que ha pervivido en ciertos nichos de actividad l legando hasta nosotros. Otros casi olvidados vuelven a cobrar vida –nada nuevo bajo el sol- configu- rándose como nuevas soluciones a nue- vos problemas, cuando no son sino las viejas recetas que tan buenos resulta- dos dieron a las viejas necesidades. “El señorito tiene una finca, una gran finca donde además de agricultura y ga- nadería otros recursos, como la caza, completan la heredad. Para su servicio, siete guardas jurados, además de pasto- res, criados y un mayoral y la gente de la casa”. Esta ha sido tradicionalmente una presentación de una finca. El guarda ju- rado ha sido parte insustituible de ella, usualmente partida en cuarteles. A cada guarda se le construía casa y huerto en su demarcación para que en ella, junto a su familia, hiciese su vida. “El desmoronamiento del mundo rural a favor del urbano modificó en su sistema de seguridad” Realmente, a priori podría decirse que no dista tanto la f igura de guarda de campo de la de vigilante de seguridad, al menos en su concepción legal. Se trata de un individuo que presta un servi- cio preventivo y disuasorio de seguridad en una propiedad privada. La diferen- cia viene más bien en la especialización inherente a la naturaleza del objetivo a proteger y a su casuística. La precariedad de me- dios y la crónica falta de personal han motivado que la organización del servicio de los guardas haya recaído tradicio- nalmente en ellos mis- mos. El empleador sólo ha querido resultados, lo que ha originado una tradición en la que el guarda se erige en un pe- culiar director de seguri- dad que analiza el riesgo, valora episódicamente la amenaza y establece el servicio oportuno. Huelga decir el profundo conocimiento de la dinámica del campo y lo que en él vive para determinar los riesgos, tanto de origen antisocial, como natural, o dima- nantes de situaciones críticas y acciden- tes mayores. No es tan fácil saber en cada tiempo qué es lo que hay que proteger de qué y dónde, contando que muy proba- blemente el guarda deba hacerlo a través de indicios, ya que no es frecuente que vea lo que tiene que proteger. Hasta aquí el guarda de una finca o propiedad tiene una vida relativamente cómoda o relajada y efectivamente po- dría encuadrarse en lo establecido en la Ley de Seguridad Privada. Ahora bien, dentro del ámbito de la Unión Europea, España es el único país que cuenta con estas grandes fincas en algunas partes de su geografía. Aunque en la más am- plia mayoría del territorio nacional la forma predominante de propiedad rural es la multipropiedad, la fragmentación de los predios hace que un pequeño es- pacio tenga infinidad de pequeños pro- pietarios. En estos casos, en los que esta fragmentación impide o dificulta la ob- tención de rentas, se reduce drástica- mente el presupuesto para seguridad, si bien persiste su necesidad y factores que provocan el resurgir de otra de las fórmulas tradicionales de guarderío: la patrulla. El servicio de los guardas (I) Por el Consejo Nacional del Guarderío

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